Comencemos por lo obvio; y no me refiero a la sopa como plato de entrada pues ya casi estamos en verano. Soy digo, tierra bruta; y en materia del canto lírico: barro virgen jamás arado, seco terrón sin cultivar. No me gusta la lírica; ni la ópera ni menos todavía, la zarzuela.
Porque no hay caso, el que no sabe es como el que no ve. No le encuentro por ningún lado, ni la seducción ni la gracia a todos estos preciosismos de la mucha virtud en el garguero, porque ni idea de qué ni cuándo ni por dónde mirar. Supongo que ha de ser como pretender que un ciruja afecto al alcohol rectificado, sea capaz de apreciar las notas de chocolate y ciruela en un Shiraz del 96.
Y resulta que quiero aprender (yo siempre quiero aprender; no siento que haya otra actividad que me transforme cada vez más en el sí mismo humano que insisto en ser). Y con cada mensaje vuestro, amén de hacerme parar la oreja con cosas prácticas, voy pispeando cosillas que quizás algún me den la formación suficiente para valorar todas estas maravillas de las que viene hablando surtido.
No intervengo por eso; así que soy todo oídos y cero bocota al garete.
¡Edúqueme!